03 noviembre 2005

Ana

Ana, es aquella niña común que juega, que ríe y que su risa contagia a los chicos del barrio. Vive su infancia como toda chica de ahí. Coqueta y traviesa roba de vez en cuando una manzana al puesto de La Regordetta: señora enorme que canta y baila “La Tarantella� al ritmo de las palmas cuando hay mucha fiesta.
Es común que por las tardes en el pequeño pueblo italiano Ana se deje cepillar su larga cabellera negra por su abuela. Rodeados por toda la familia, escuchar lo que sucede en aquel lugar es parte de saberse de ahí mismo.
Las novedades entre mujeres son conocidas de primera mano, cuchicheos y manoteos son parte de lo que hará que se enteren los hombres y sepan quién se ha marchado del pueblo, quién se ha enamorado, quien se ha emborrachado o quien ha estrenado amante.

Ana aprende que la cocina es un lugar religioso donde su madre aún es asesorada por su abuela, que sabe probar, que sabe oler, que sabe cuando la pasta está lista para ser preparada. La cocina tiene todo lo que en estos tiempos no se consigue en cualquier lugar.

Ana tiene cuatro hermanos más. La última es otra mujercita, más tímida y callada que cualquiera de la familia. Sólo los contempla y juega con una pequeña muñeca de trapo. Sus piernitas no caminan, de bebé adquirió polio y en el pueblo nunca pudieron salvarle de su invalidez. Admira mucho a su hermana Ana que sabe que todos los días acude al pozo por fresca agua. Desde la vieja casona, una ventana a lo alto, la sigue, la distingue, la ve perderse entre las callejuelas camino abajo de donde ellos habitan.

El segundo hermano de Ana es robusto, sabe aún de chico que tendrá responsabilidades de hombre cuando crezca dentro de su familia. Ayuda al padre a recoger en los plantíos y por las tardes le encanta platicar con los chicos de su edad en esa fuente donde Ana todas las tardes llena su cántaro de aguas cristalinas. Habla demasiado, dice su madre, bien pudiera ser de grande un gran comendador que convenza a la gente ¡de cualquier cosa!.

Ana saluda en su camino a los viejos y por supuesto mira a su hermanita en aquel ventanal. Es la alegría que sale de toda la monotonía del pueblo. A lo lejos oye música antigua.
Cuando alguien se casa todos son invitados y Ana y sus hermanos se visten con lo mejor que tiene la familia en su ropero. Aún con olores a naftalina adornan sus vestidos y su madre se encarga de corregirles ciertos defectos a las ropas porque sabe que Ana va creciendo. Ana descubre que bien peinados sus hermanos lucirían siempre bien aunque ellos detesten tanta formalidad.
Detestan ser apretados de las mejillas cada vez que hay que saludar a los más grandes y honorables del pueblo más Ana sólo se calla, es así, sencilla y tierna, noble e infantil.

Y su padre, amante fiel de su familia, sabe qué tan reconfortante es regresar de los campos y ser recibido por un perro pequeño, flaco y mal comido y por supuesto por Ana, alegre y pizpireta, con pestañas negras que contrastan con lo blanco de su fina piel.

El tercer hermano de Ana es pícaro, travieso inconfundible y el que da dolores de cabeza a la abuela, a la madre y al padre. Se ha ganado muchos regaños, muchos castigos, por soltar las cabras del vecino de la villa, por jalar los cabellos a las niñas y por tirar a veces de la silla a la pequeña hermana de Ana. Le fascina robarle la copa de vino a su padre cada vez que éste se queda dormido en alguna tarde.
Ana lo mira calladamente.
¡Sabe Dios solamente, qué les depara con ése hijo a todos los de la familia!, no le gusta estudiar, pero el chico, aún a su prematura edad, acude a la escuela porque suspira por su maestra cada vez que le explica algo que el chico no llega a entender.

Por algunas tardes Ana se fascina de las historias que escucha de la abuela, de cuando mamá conoció a papá, de cuando ella era codiciada por la villa al tener una cara muy linda. Dicen en la familia que Ana se parece a su abuela, que de grande será muy linda porque tiene esos ojos negros y la sonrisa heredada.
Ana suspira, no sueña con príncipes aún, tampoco anhela crecer pronto para salir de aquel tranquilo barrio, mucho menos se mira viajando ni conociendo lugares.
Ana sólo tiene su mirada en su pequeña hermana, a quien como a una madre, la mira tierna y esperanzada a que la Madonna del pueblo siempre la bendiga.

Ana seguirá creciendo en Italia.

10 comentarios:

Enigma dijo...

Desde que tempranas edades, hay personas que cuidan de otras...

Un beso Dra.

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

RAYDIGON dijo...

Me gusta, me gusta, que bien...

Besitos G.

Óscar dijo...

También las hermanas comenzaron desde pequeñas.
Dra., Gracias por la calavera, muy divertidas y buenas. Escribo hasta ahor porque por poco y de verdad me hacen ofrenda.
Un beso.

Freddy dijo...

antes de venir a leerte necesito pasar por mis esquites con chile, mayonesa, limón y quesito....así los disfruto mientras paladeo tus crónicas...aunque prefiero las cachondas porque me despiertan la livido en un 2x3...saludos

Anónimo dijo...

Te iba leyendo y me iba imaginando ese pueblo de Italia..llamado Corleone de la película "El Padrino"..será ésta la saga de tal famosa producción?..Acaso "La Madrina Ana"?...Saluditos!

Darth Chelerious dijo...

uuhh..a mi me gustaria vivir en ese pueblito

Anónimo dijo...

Linda la historia de una de las Anas aFoRtunAdAs en este mundo, no?

Lety Ricardez dijo...

En verdad retratas la bucólica vida en esa tranquila población de tal manera que dan ganas de conocer el nombre y visitarla para disfrutar de todo lo que nos has anticipado. Dan ganas de ser Ana para retomar la vida en ese momento exacto en el que los sueños son promesas y las metas no existen. No tardarán en surgir
Besos Doctora

Unknown dijo...

No estuve a tiempo para agradeceros tal cual se debe el honor inmerecido de mi calaverita. Te lo agradezco profundamente.

Siempre que tengo un tiempito vengo inmediatamente a leersu blog. Está en mis favoritos.

Gracias G. Klein, gracias ¡sob!

Salvatiere dijo...

De narrativa interesante, una ana inquieta y abierta a un mundo con esperanzas sin fe. Saludos.