Le valía madres la vida, es decir, jamás se preguntaba lo que le sucedería al día siguiente. Vívía al día. Bastaba envidiar a los demás. Los imitaba.
Flaco, maloliente, "El Pelos", de pantalones ridículamente aguados hasta las nalgas asomaba lo que pudiera llamarse calzón o short o algo que no semejaba la moda americana de los cholos.
Su gorra, desgastada, la lucía como si fuera la única que le diera ése perfil de banda mayor, de esos que en Nueva York simplemente andan reunidos jugando basquet ball por los barrios negros.
Pero no, no era así . El vivía en el barrio del Mercado, donde La Merced es cuna de todo tipo de ventas. Ayudaba a cargar bultos en algunas ocasiones, cuando de verdad le urgía lana. ¡Qué fácil se dejaba impresionar con las actitudes de los demás!.
Y eso no le ayudaba en mucho.
Esa noche se reunirían todos a chupar, ¡qué más da! hablar de ligues, de osadías en contra de los policías o de ser el más cabrón de toda la banda era parte de lo que se oía en sus borracheras que de vez en cuando terminaban en la calle, a mitad de la nada.
Y todo por ponerse "drogo" no supo medir las consecuencias.
Primero alcohol, luego mariguana...
No la tocaba desde que de chavito la probó con uno de sus primos. Pero para estar en onda con "El Machetes" él también tenía que entrarle. Luego, tras la música de banda llegó "El Temible". Amigo de todos y de nadie, siempre malhablado, siempre tan llevado. Fue el que puso el desorden, o el que trató de hacerlos entrar en orden.
Traía polvo blanco, del bueno, de ése que se confisca en los lugares de alto rango.
No hicieron muchas preguntas pero todos se notaban ansiosos de quererla probar, como si tuvieran enfrente un gran tesoro que se iban a poner.
Y eso los colocó en trance...
Uno de ellos reía estupidamente, otro sólo miraba al vacío... "El Pelos" sentía que podía comerse el mundo en una sola mordida y habló... diciendo una serie de panfletadas que no daban alusión al "Machetes"... se ofendió.
Ya en el baile, todos estaban enervados, con ganas de que sucediera algo mejor y no estaba dispuesto aquél a aceptar una ofensa por muy cuate o pendejo que se la hiciera.
Y comenzó la lucha, uno con navaja y el otro con cadenas.
Había gritos, risas, retos...
La poca gente que miraba en los ventanales de la vieja vecindad sólo miraba reservándose lo que sucedía.
- ¡Pártele su madre por hocicón!
- ¡Dale en los huevos! Ahí si chillará como chamaco...
Y peor , se desconocieron los honores de amigos e introdujo "El Machetes" una vez más su filosa navaja en el intestino de "El Pelos"... A discreción una y otra vez lo apuñalaba, estómago, pecho, espalda, riñones...
- ¡Pa que aprendas a respetarme, Pendejo!
Y las risas nerviosas no se hicieron esperar tras un silencio que dejó a todos en la poca conciencia de lo que había sucedido...
Ahí yacía el que intentaba ser uno de ellos, desangrado, sin saber en realidad hasta dónde había llegado...
Los Otros simplemente se alejaron, fue el fin de la parranda, el secreto entre ellos.
Nadie intentaría nada a menos que lo indicara alguien.
Se alejaron silenciosos mirando solamente el cuerpo demente que quedaba a un ras de la muerte.
Alguna vecina vociferó -¡Ya se echaron a otro!, dejen que muera pa que se acaben entre ellos solitos.
Nadie hizo nada entonces.
El cuerpo quedó en su propio elemento bañado de miedo y muerte.
A las pocas horas del amanecer hubo quien le puso una cobija encima
-Pa no impactar a los niños-
y al tiempo llamaron anónimamente a la policía.
La mañana sería igual, a sus trabajos, a sus puestos, a sus labores.
Alguna vieja se tomaría la molestia de echar cubetadas de agua y así terminaría la mañana de ruidos y chismes con versiones originales.
Nadie sabría más del cuerpo de aquel "El Pelos".