Ya era casi mediodía, el sol abundaba en su esplendor, árboles y pasto por doquier, pájaros y rocas en su haber.
...
Ahí entre el fondo de esto, si te atreves a caminar un poco más, encontrarás a un niño por el riachuelo. No se daría cuenta de ti ni de tus pasos al pisar la hojarasca. Le verías juguetón, interesado en el río aquel, mirando a los pececillos, ésos que luchaban por llegar a un espacio de agua clara y tranquila.
Tu simplemente le mirarías, te pondrías donde no te le estorbaras en su pensamiento.
...
Mirarás alrededor del sonido, de la brisa, del choque del agua entre las piedras, te daría una frescura infinita si pudieras tocarla, mas deberás aguardar a que el niño se vaya, no sea que se espante, no sea que deje de mirar alegre ése pequeño espacio de bosque.
...
Te reflejarás en algún pajarillo volador, intentarás ver un nido, donde se pueda posar la volante y cantante ave. Deja que tus sentidos se abran mientras el reflejo del agua te dé la vista del arco iris mágico que se posa ante el reflejo del señor sol.
...
Mientras el niño cante algo que le guste gozarás de pisar lo fresco del pasto, apreciarás el olor de tierra mojada e intentarás, incluso, acostarte mirando hacia la punta de todo aquel alto pino que esté a tu vista.
...
El niño se irá si agarra algún bicho, lo observará, lo explorará, lo tomará como investigación… te dejará el campo abierto para que goces las libertades del agua.
...
Vé… mójate los pies… suspira, asume que has dejado muchas cosas pasar sin que actuaras como ése niño juguetón. Busca un bicho, persíguele, mírale y pregúntate sobre él, verás que es interesante conocer su pequeña vida de garabato.
...
Ya cuando pase el sol, cuando los sonidos del bosque se tornen a nocturnos, piensa en tu tonada favorita y sílbala, haz que te acompañe hasta lo más profundo y oscuro del lugar.
...
Verás que no hay sombras más que aquellas que el mismo bosque genera. Duerme ahí, descansa, levita, reza, olvida.
...
Cuando despiertes tu mañana será tan clara como el río en el que te lavaste los pies de pequeño.
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Ahí entre el fondo de esto, si te atreves a caminar un poco más, encontrarás a un niño por el riachuelo. No se daría cuenta de ti ni de tus pasos al pisar la hojarasca. Le verías juguetón, interesado en el río aquel, mirando a los pececillos, ésos que luchaban por llegar a un espacio de agua clara y tranquila.
Tu simplemente le mirarías, te pondrías donde no te le estorbaras en su pensamiento.
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Mirarás alrededor del sonido, de la brisa, del choque del agua entre las piedras, te daría una frescura infinita si pudieras tocarla, mas deberás aguardar a que el niño se vaya, no sea que se espante, no sea que deje de mirar alegre ése pequeño espacio de bosque.
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Te reflejarás en algún pajarillo volador, intentarás ver un nido, donde se pueda posar la volante y cantante ave. Deja que tus sentidos se abran mientras el reflejo del agua te dé la vista del arco iris mágico que se posa ante el reflejo del señor sol.
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Mientras el niño cante algo que le guste gozarás de pisar lo fresco del pasto, apreciarás el olor de tierra mojada e intentarás, incluso, acostarte mirando hacia la punta de todo aquel alto pino que esté a tu vista.
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El niño se irá si agarra algún bicho, lo observará, lo explorará, lo tomará como investigación… te dejará el campo abierto para que goces las libertades del agua.
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Vé… mójate los pies… suspira, asume que has dejado muchas cosas pasar sin que actuaras como ése niño juguetón. Busca un bicho, persíguele, mírale y pregúntate sobre él, verás que es interesante conocer su pequeña vida de garabato.
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Ya cuando pase el sol, cuando los sonidos del bosque se tornen a nocturnos, piensa en tu tonada favorita y sílbala, haz que te acompañe hasta lo más profundo y oscuro del lugar.
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Verás que no hay sombras más que aquellas que el mismo bosque genera. Duerme ahí, descansa, levita, reza, olvida.
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Cuando despiertes tu mañana será tan clara como el río en el que te lavaste los pies de pequeño.