Es chiquito, es bonito, es un sonidito que emite con cuidadito. Trato de verlo como se mueve y se oculta entre los rincones oscuros. Observo que si me muevo tiembla de miedo por mi gran corpulencia.
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Aunque si tiembla sólo atina a huir. Si hay silencios se siente en casa y dispone de su sonido en estéreo para dar a conocer que anda de paseo, si oye tacones solo atina a mirar alrededor…
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pensando que ningún sonido es tanto mejor como el suyo… bueno… eso creo. Un grillo. Impaciente mira de reojo el momento de abrir la puerta.
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Es vigía de noche me acompaña, mira de todo cuanto sucede más allá afuera de lo que yo no tengo ni siquiera alcance dentro de casa. Hace con sonidos cantos, de esos que son propios de su naturaleza, y si algún ser osa acercarse vuelve a quedarse callado… esperando… mirando…
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Cuando no es de confiar algo que percibe por ahí no vuelve a cantar y eso me alerta porque no estará tranquilo. Si da sonidos nuevamente puedo llegar a pensar que lo que estuvo ahí es pasajero.
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Un grillo es mi guardián. Un bicho de esos que no se sabe nunca donde se esconde, pero que ciertamente sabes que ahí se encuentra por el ruidito estruendoso que marca la diferencia entre las noches de lluvia y las noches tranquilas.
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Es luna llena, es luna de grillos. Se ven caminar entre mi patio como cualquier hijo de vecino.
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Yo me declaro cruel. Pasando mi puerta saben que el insecticida los mata, así que la tregua está hecha para que sólo se ocupen de menesteres en los patios.
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El grillo de todas las noches hoy se prepara para su concierto, lo escucharé, me arrullará, me dirá cuantas historias quiera decir de los eventos de la noche.
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Yo estaré atenta, callada, imaginando.
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Tal vez con su ruidito vago logre sentirme en la cuna que mecen los sonidos de la noche y duerma tan profundo como el canto del grillito cuidador.