No me obligues, conciencia mía, a decidir.
No son los momentos precisos en los que el corazón sabe lo que quiere, aunque sabe lo que tiene.
Uno acaricia, con delicadeza, con la ternura que excita cada parte de mi piel dejandome su deseo para continuarlo otro día más.
Otro demanda, con exigencia, con gusto exquisito en los momentos de nuestro sexo compartido.
No me obligues, conciencia mía, a decidir.
Que la sociedad me castigue y me demande de impura. Que todos los que saben me señalen por indecisa y aventurera. Nada importa al momento de mirar uno a los ojos, otro al corazón.
Porque uno es sutil, buen amante, dispuesto a querer y compartir y el otro es abierto cuando explota pero jamás de sus labios brota un detalle de sentir.
Con uno cabalgo, a mi ritmo, por las noches de luna, cantando, bailando, jugueteando...
Con otro soy huidíza, esclava, leonesa, misteriosa y deliciosamente gata ...
No me obligues, conciencia mía, a decidir.
Que mi confesión de no amar a ninguno no sea el crucifijo que se me implante.
Que mi placer infinito por pertenecerles no sea el mote de ligera por el que la gente me tache.
Y que sí, definitivamente, a ambos yo prefiera.
No me obligues, conciencia mía, a decidir,
que por el resto del tiempo que el placer, el sexo, la ternura y el éxtasis dure con uno, al igual que con el otro, no se apaguen en tanto quiera, en tanto me ensueñe, en tanto me envuelva en el perfume de su propio pedir.
Mientras no interfieras en éstos terrenos dame la libertad de seguir sin elegir.
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