Recuerdo que los gritos de las mujeres, vasijas rotas y el llanto de niños pequeños me habían despertado intempestivamente. No lograba hilar mi mente lo que estaba ocurriendo, aún cuando veía por la pequeña ventana humo y varillas saltando entre los cielos.
Lo que pudo haberme impresionado era quizás el humo dentro de la pagoda donde mi abuela, ceremoniosamente, platicaba con nuestros ancestros.
¡Era casi imposible que ese lugar estuviera semi-destruido!
Me levante de mi cama casi como grillo que salta de entre la hierba, no sabía hacia donde dirigirme porque había muchos objetos tirados a mi alrededor.
Estar descalza fue una situación que imposibilitaba brincar entre floreros rotos.
Las telas que colgaban de entre los techos ahora parecían lianas, rotas y desvencijadas, mucho de lo que había colgado me cayó a mi o cerca de donde dormía. No sé si fue buena suerte que nada me haya golpeado la cabeza para hacer el sueño eterno.
Con tanto alboroto nadie percibió que había despertado, gente corriendo de un lado hacia otro lloriqueando llamaba más la atención que mis ojos enormes por querer mirar todo cuanto acontecía en ese momento.
Los Soldados gritaban, como arreando ganado, delante de ellos los viejos caminaban con dificultad e incluso rezaban como si lamentaran la caída de un infortunio, andaban mercaderes con enormes canastos llevando ropas y pertenencias que a cada paso husmeaban los soldados. Podían arrebatarles un poco de comida o podían aventarlos al lodo, maldiciendo con palabras impropias, de esas que mi abuela decía y que prohibía a todos los que éramos pequeños.
Quise bajarme y en el piso miré sangre, tan estancada como el agua del pozo, aunque el olor tenía algo de especial, algo que jamás olvidaría, algo que me haría recordar esos momentos por toda mi existencia terrenal.
Tuve de manera súbita la necesidad de gritarle a mi madre, de buscar a mis hermanos, de ver dónde habían ido porque yo estaba sola entre escombros y cosas rotas.
Mirando bajo mi cama pude ver que estaba uno de mis hermanos, mayor que yo. Dormía con los ojos abiertos y salía de él y de su boca ése líquido rojo que percibí como sangre… Me asusté…
Bajé y caminé hacia donde mi madre preparaba alimentos y no hallé mas que un conejo muerto.
Gallinas y pollos caminaban dispersos generando ruiditos y escapadas fugaces.
El llanto me invadió.
Ni siquiera las lágrimas ocultaron el desastre que paso a paso, dentro del hogar, comencé a descubrir.
Mi padre anciano y uno de mis primos tenían partes de los techos pesados sobre sus cuerpos, y ellos, ya sin vida, sólo quedaban en silencio estáticos…
Grité… tan desconsoladamente como pocas veces mi abuela me lo permitió.
Algo dentro de mí se rompía…
De pronto, una voz… un susto, un soldado me apretujaba el pecho y presionaba mi boca…era algo superior a mis fuerzas...
3 comentarios:
Tendrá continuación la historia? suena interesante.
saludos.
Un sismo, cuantos niños estan en esta situacion sin familia en Haiti, realmente triste. Y sufriendo otros traumas más, no quiero pensar, me duelen.
Uf!!!... de terror, se viene 2da Parte ?
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