18 febrero 2010

Un globo

La niña reía, incansable, contagiante.

El globo volaba ligero, tranquilo, paciente.

Ambos en el patio, divertidos e improvisados, juguetones impredecibles sólo atinaban a deambular de arriba hacia abajo, entre los barrotes de las escaleras, las jaulas de canarios, periquitos y gorriones.



Al fondo una tía pendiente de ella, entre fregada de ropa y jicarazo de agua no permitía que se acercara a las rosas.

El zahuán medio abierto dejaba escuchar levemente lo que afuera se vivía agitadamente: Un claxon, muchos pasos, un perro ladrando, gritos de merolicos y el vendedor de merengues.

Estar en el patio, viejo, despintado, lleno de cubetas, añejado por los pasos, los bailes, los chismes de vecindad y la lluvia de cada año, daba cobijo al paraíso que veía la pequeña absorta en su mejor amigo.



Y el globo volaba y rebotaba, y en ocasiones se dejaba llevar por la ligera ventisca provocada por los soplidos salpicantes de la niña…



De pronto… un movimiento incontrolable, una mirada fugaz, la tía se sorprende, la niña encoge sus hombros…


¡PLOP!..



La macetita, esa, La chiquita que la abuela siempre riega y nunca crece, tiene espinas, tal vez quiso saludar al globo antes de rebotar.



1 comentario:

Doris dijo...

Asi como el globo vamos por la vida, a veces desendemos otras nos elevamos, cuidamos de no ser lastimados por las espinas de las rosas y muchas veces terminamos lastimados por espinas mas escalofriantes, que las espinas de las rosas.