Viejo lobo

Marco no lograba entender cómo se habían dado las cosas. Si deseaba tomarse su tiempo no cumplió lo que pensaba. Fue como ir de bajada en una bicicleta... la conoció, la invitó a salir y en unos pocos días ya estaban encamados.

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En realidad no era lo que él deseaba para sí. Adoraba su libertad, deseaba a muchas mujeres. La mera idea de estar los fines de semana sólo para una no era algo que fuese común en su modus vivendi, le atraía la idea de sentirse acompañado en esas ocasiones en que no sabía a quien llevar pero tampoco deseaba espantar a todas aquellas avecillas que revoloteaban por ahí mirándole coquetamente.

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Guardaría el secreto una vez en la oficina... no era prudente que un soltero como él tuviera la gran novedad de tener novia fija... menos para las estudiantes que practicaban en su departamento. Se las arreglaría de vez en cuando para salir con alguna chiquilla.

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Comenzaría por pensar que está entusiasmado, pero si las llamadas son insistentes tendrá que optar por no contestar. Le gusta lo que ella hace en la cama, le gusta cómo lo lleva en seducir sus ganas, pero no le gusta que tenga hábitos de pareja, de esos que a él le enfadan tanto: comer con los padres, visitar a los amigos, hacer cenas con parejas en común.

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Lleva poco tiempo, lo piensa levemente en la oficina... Ya surgirá un nuevo pretexto, aunque si de repente alguien le llama es seguro que no cancele.

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Hoy deberá viajar fuera del país, eso le ayudará a despejarla un poco y hacer que su presencia se convierta en humo próximamente. Mientras, se despedirá como un noviecillo entusiasmado que apenas acaba de conocer a su princesa.

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Viejo lobo de mar, irá a navegar en otras nuevas aguas.