29 mayo 2007

La chica del Boulevard

Cada tarde que paso, terminada mi cansada labor en la oficina, la veo constantemente.

Algunas veces en la recta del camino y otras ya puesta en su lugar.

Me sorprende en mucho su manera de caminar, de ver la vida, de seguir día a día lo que hace fielmente.

En muchas ocasiones he salido queriendo matar al mundo, deseando que se terminen los negocios, dejar todo que se lo lleve el carajo y la veo y no creo que todo lo que viví en ése día fuese nada a comparación de lo que se mira acá afuera.

Ella está a distancia de mí. Jamás se percata de quienes pasan a su lado a gran velocidad. Sólo cuando noto, que el día le va mal, es cuando mira desesperada a qué cliente puede atender.

De ropas poco llamativas rompe el esquema de la clásica mujer vendedora de su arte, de sus besos, de su sexo.

No muestra arracadas o pelucas singulares.

No hay tacones de lujo ni pulseras colgantes y sonantes.

Sólo su sonrisa que abre coqueta ante cualquier buen postor.

Muestra sus piernas, delicadas, bellas y delgadas. Sin tintes de retoque su juventud se muestra en pleno.

Muestra sus senos que poco dejan saber sobre los secretos que llega a esconder. Son muchos los que admiran su peculiar forma de flirtear.

Tal vez sea éso lo que llame la atención en los hombres, en mí, en cualquiera.

Que parece una chica mundana, sin glamour salvo el que posea en el momento de una buena plática. Siempre leyendo un libro, siempre comprando pastillas para el aliento.

Nunca me he atrevido ni siquiera a mirarla de frente.

Mi paso diario me deja satisfecho en saber que siempre la veré ahí, rodeada algunas veces por amigas, amigos y gente muy singular.

Tal vez, llegada la hora, en que mi esposa y yo tengamos el cansancio de la pasión en la mente, pueda acudir a ella con el ansia de un chico enamorado, porque de mí creo saber que ella me tendría perdido en su alma y en su vientre si me dejo llevar por sus brazos.

Me quedaría plasmado en su rostro.

Me postraría ante su cálida piel y me olvidaría que el mundo existe y tiene que rodar...

Y ahí la veo... y ahí camina danzante, tranquila, a defender su lucha por algo que puede ser más que placer.

Bendita ella que reparte los besos a quien le paga por hacerle creer que ama como cualquier adolescente endiosada.

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