DÃa a dÃa luchaba incansablemente por levantarse antes que todos, barrer las afueras de la casona y tener listo el café negro para quien fuera a salir primero.
Siempre silbante y tarareante acomodaba jarritos y trastos en su lugar correcto, pese a sus manos deformes por el tiempo y la artritis, sostenÃa con rigor para que nada fuese derramado.

Por las tardes, después del diario ajetreo, solÃa ir a las reuniones de jubilados, ahà en el club de ferrocarrileros. Su bolsa de costura y frascos de pintura era de lo que se armaba para pintar cerámica y telas.
Algunos viejitos cantaban, otros tocaban guitarras. Era un mundo donde el ruido de la música moderna no existÃa. Todos platicaban de lo que en sus buenos habÃan pasado, incluso Don Felipe.
El era uno de los viejitos más bonachones que gustaba de la poesÃa. Siempre se inspiraba en alguien muy especial: Doña Lucy.
Cada vez que el salón callaba, era su voz la que, con grandes honores declamaba y la mirada fija en aquella anciana que siempre se ruborizaba.
A esa edad el amor es cosa de inocencia nuevamente, a esa edad los corazones vuelven a ser niños y aman de una forma en la que se sabe de todo pero poco se puede hacer.
Don Felipe se enamoró de Doña Lucy, de sus bordados, de sus pinturas, incluso hasta de cuando la escuchó hablar tan bien de su difunto marido.
Doña Lucy sonriente simplemente le miraba, complacida, con ojos de niña. Callada cuando se cruzaban sus miradas lanzando de sus labios partidos un sutil beso de cariño.
Al término de cada reunión, caballerosamente Don Felipe acompañaba a Doña Lucy hasta su casa, cargando su bolsa, el paraguas y su sombrero. Recargada ella en su brazo, caminaban a paso tranquilo mirando atardeceres de ocre y ligeros amarillos.
Al llegar a la puerta del gran caserón, Don Felipe besaba su mano y con una seña cortés le miraba a sus ojos.
- Si el cielo me permite que pueda seguirle mirando, espero verle pasado mañana Doña Lucy. CuÃdese mucho.
- Esperemos que la salud y mis piernas también me lo permitan Don Felipe, gustosa voy a estar de querer escuchar su poesÃa. Gracias.
El gran portón se cerraba, el viejo aquel caminaba, de vez en cuando miraba hacia atrás como si ansiara encontrar la cabecita blanca que le mirara alejarse y Doña Lucy, tras el portón, recargada de espaldas miraba al cielo, pidiendo un dÃa más de licencia para que ese hombre le diera un suspiro más de vida mientras mandaba en un beso al aire amor sincero lleno de felicidad.
12 comentarios:
Haaaaaaaaaa me encantó...... no cabe duda que la capacidad de amar no se termina con la edad.
Saludos.
Que tierno!!... me gustó mucho este cuentito.
Coincido con Yanett, a cualquier edad se puede amar.
El amor no tiene edad G. !!!!
Son lindas tus historias como siempre.
Besos.
Ojalá cuando seamos unra ruquitititas, haya alguien que nos diga sus caballerosidades, ya que tal vez no su amor pasional y carnal.
Besitos.
Mi otro yo pensó en escribir una barrabasada, pero no le dejé porque romperÃa la sutileza de tu cuento.
see ya Kleine.
Su texto es tal como usted lo dice Doctora un amor inocente y tierno. Gracias por esta delicia.
Besos para usted
¿Quien dijo que para el amor hay edad?, sencillamente fasinante el relato de hoy...
Un beso Dra.
El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra
cuál es el libro reciente que recomendaste en olganza?...aparte de los de cronicas de nania
Niña preciosa!!!, esto está definitivamente excelso, es bello y sublime, asÃ!!!, justamente asà es como debe ser el amor a todas las edades porque no usas mascaras, no quieres demostrar nada más allá de tu simple sentimiento, no hay poses ni pretenciones, ni condiciones, no hay problemas de la razón de porqué si amar o porqué no, simplemente hay la posibilidad maravillosa de amar y nada más... que tengas una tarde tan hermosa como este regalo que nos has dado.
me gusto mucho tu historia, coincido en que para el amor no hay edad, que ahorita mucha gente se fija en eso.
Zalu2, la estare leyendo
Una hermosa historia, cotidiana, con los personajes bien delineados. Me llenó de ternura.
Un abrazo
www.culter.com.mx
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