09 octubre 2007

Eshe Vigía

Como cualquier otro sábado, es costumbre mía levantarme cómodamente hasta que mis ojitos se abran solitos. Agradable placer que da oler el café por las mañanas hace que todo el ambiente se contagie de un abrazo matutino. ¿No les ha pasado?
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Después de leer el periódico en cama, desayunar cuanta cosa se me antojó y ver una serie ya vieja y repetida me dispuse a hacer el arreglo de la casa, pues entre semana, con trabajo, pensamiento y actividades diversas dejo en el olvido el polvo de los momentos que van sucediendo.
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Así pues, entre el andar buscando trapos de sacudir y preparar la lavadora con peso medio de ropa comencé a sentir como si me estuvieran observando…
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Al principio pensé que era alucine mío por andar libremente en ropa interior, pero después me daba la sensación que donde dejaba el trapo de sacudir no era donde lo había dejado.
Por el rabillo del ojo comenzaba a ver sombras, raras, como de movimientos escabullidos.
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De un tiempo a la fecha me parecía haber visto movimiento en mis plantitas, pero lo atribuía al ligero viento que se percibe en la entrada de la puerta.
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De momento, al querer regar una de las macetas más grandes, esa que parece palmerita, escucho un quejido… o más bien reclamo.
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¿Quién era yo para estar mojándole la cabeza? ¡Qué osadía la mía de no avisar que iba a regar ésa planta justo en ese momento!
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Mirando hacia todos lados cancelaba la idea de que el radio fuera quien hablara, de que mis vecinos estuvieran dentro de casa…
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No, las quejas provenían de la misma maceta.
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Y si, en la curiosidad de escarbar un poco la maleza fue mas bien sorpresa inmediata que susto, el ver a un hombrecillo, vestido modernamente, usando una gorra española y zapatos enormes. Se sacudía el tremendo chapuzón que le había yo propinado.
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Maldecía y me miraba como quien desea que le pase lo mismo pero en versión aumentada.
Más allá de preguntar lo que hacía en MI maceta regañándome con la mirada sólo atine a decir que me disculpara, pero que no intentara cubrirse con la palmera porque no era buen paragüas.
Se rió. Mi habló por mi nombre, tiró un trozo de algo y tomó de su chalequín un puro. Y comenzó a hablar.
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Era gracioso, no se definía como duende porque decía que esos sólo existen en otros países, que él era extranjero – y ciertamente se le oía el acento muy del tipo español- .
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Era un señor común y corriente, sin magia, sin cosa especial. Sólo era un hombre diminuto que venía del reino vegetal. Vigilaba el cuidado de las plantas. ¡MIS plantas!
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Y me dijo que era quien se había encargado de animar a mis plantas, que no tenía yo idea de lo que era sembrar y criar. Me dio toda una cátedra de inclinación de jarra para chorrear agua en la raíz de cada una de ellas.
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Yo sólo obedecía. ¿Desde cuándo él estaba viviendo en MIS macetas?
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Ugh… desde hacía mucho, según cuenta él. Con cierto comentario sarcástico sobre mis actividades personales, de levantarme sin ropa de pijama para ir por un sándwich a la cocina. Se quejaba de mi gusto pésimo por traer panties que según él, cualquier planta se entristecería y jamás florecería.
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- Dioses--- ¿De cuando a la fecha ahora debo portar ropa interior sexi para animar a mis plantas y a su distinguido habitante?
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La cosa no paró ahí, narró quienes en cuanta fiesta había yo hecho derramaron vino, ceniza de cigarro, agua, y hasta un caldo de verduras que hice. No le agradaba que mi vecina entrara con su perro Dinky, y que si me preguntaba porqué nunca floreció la gran maceta de la entrada era sencillamente porque ahí el sucio Dinky dejaba rastro de que había pasado.
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-Lo que no le gusta a la gente vienen y me lo tiran a mí. Imposible tolerarlo- Se quejaba.
Hablaba demasiado, casi aturdía sobre la enseñanza de todo cuanto fuera verde.
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Ya para el tiempo que nos sentamos a discutir había pasado más de medio día, yo no había concluido los quehaceres del día y él debiera hacer labores de vigilancia.
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Acordamos pues que, cada fin de semana, yo me encargaría de proveerle de líquidos. De vitaminas para las raíces, de asolear a las pequeñas para que pudieran crecer con fuerza y color vivo. A cambio él se volvería el guardián sin derecho a criticar mis pijamas matapasiones y las fiestas desorbitadas de cada fin de semana.
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Hicimos buen trabajo.
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Y puedo decir que ahora procuro ir a la tienda de lencería más seguido y escuchar opiniones acerca de lo que está más “in”.

6 comentarios:

Bernardo Felipe Martínez Meave dijo...

Eshe soy yo

Nube Gorda dijo...

Tengo una plantita con la q tengo q hacer un acuerdo como del de la narración, no quiero q se muera, pero aveces es muy dificil hacer q sobrevivan.

Bsuchos

AndreaLP dijo...

Entonces ya sé quién es el que desacomoda las ramitas y se queja cuando les falta agua!

Tomaré en cuenta lo de la ropa interior, jaja.

¿Como está su conejita, doctora?

Saludos.

Real-X dijo...

¿cuando acabe de cuidar tus plantitas lo podrías mandar a cuidar el jardín de mi casa? si, por favor tengo un durazno que ya quiero que dé frutos

saludos

yole dijo...

Ya te había yo dicho que cambiaras el matapasiones...
Besos.

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

El espíritu de las plantas...