11 septiembre 2008

Cambio de rumbo

Teresa tenía la oportunidad de su vida: un mensaje enviado de aquel por quien tanto había llorado en otros tiempos, contestarlo para hacerle saber que sí, aún ese era su número y sí también a que todavía se acordaba de él.
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El conflicto era si debiera actuar como en aquellos tiempos o mostrarse como una mujer nueva, regenerada, salvada de heridas que le propinó durante su corta pero apasionada relación.
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Un engaño fue lo que la deshilusionó, una trampa y toda la vergüenza de sentir que sólo ella había creído en él de forma ilusa. Si lo comenzaba a amar en ése tiempo ahora no estaría dispuesta a repetir el papel. Desearía mostrarle cuánto ha cambiado y de qué forma mira ahora a su persona, a su infantil mente, a su sobreactuada forma de hablar y a su terrible manera de vestir. No le haría tanto caso a lo que escucharía de él.
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Imaginó de mil formas el reencuentro, actuó frente al espejo frente a posibles preguntas comprometedoras, haría la fase de caras donde mostraría ingenuidad y sorpresa y hasta cierto desprecio por su pobre y sola vida. Haría de cuenta que su vida sentimental le sería indiferente.
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Pero no dejaba de pensar en él.
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Y se vieron como los días se acordaron, y se miraron y pronto comenzaron las palabras a fluir.
Y ella cambió su actitud, daría cuenta a su corazón que no habría porque estar con la espada desenvainada. Ahora era una imagen muy similar a la de cualquier cuerpo, cualquier ser, cualquier hombre. Verle de nuevo significó mirar ahora a un insecto que se había convertido en algo molesto que nunca debió volar sobre su espacio.
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Agradeció infinitamente la cena, logro negarse ante la invitación de participar en el sexo, quiso decir que no le era antojable pero prefirió la diplomacia y emitió un desinteresado NO.
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Ya en el taxi, recargada en el cristal, mirando las luces de la periferia, cerró los ojos y agradeció recordar buenos momentos con el hombre que se desintegró de su vida, de su mente y de su corazón. Simplemente fue una estampa en la memoria y no algo que -como pudiera temer- hubiera quedado grabado en su ser que hiciera recordarlo en noches cálidas con brisa de mar. Era una lástima que hasta ahora ella misma se diera cuenta de su poco amor hacia él y su muchas ganas de sentirse plena y libre.
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En un instante abrió los ojos, recordó un mensaje y miró su celular. Tras un argumento corto, pidió al chofer cambiar la dirección.
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En su cara se dibujó una sonrisa, se iluminaron sus ojos y miró acertadamente a quien ya le esperaba en ésa nueva dirección.
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Sí habría una noche diferente después de todo.

2 comentarios:

Mr. Magoo... dijo...

Querida doctora, como siempre una excelente historia. Al final de cuentas lo pudo aceptar, se dio cuenta, tarde pero se dio cuenta de que no era como ella lo veia, pudo cerrar el circulo, dar media vuelta y seguir con su vida, eso fue lo mejor.
Un abrazo doctora, aqui seguimos.

El cuartoscuro dijo...

que hermoso escribes, felicitaciones