24 agosto 2005

El jardín I

"...un Beso, nada cuesta darlo, un beso, como a un vaso de agua no se le niega a nadie, según el anciano que le decía a aquella joven en el jardín de la colonia..."

Todos los días, por las tardes, a paso lento y agitado en su pecho aquel anciano llegaba a la misma banca del lugar.
Era un regalo diario que le daba la vida, al concederle el tiempo de abrir sus ojos cada mañana, escuchar los canarios de la vecina y tener la fuerza suficiente para levantarse por sí solo de aquella gran cama que todas las noches la imaginaba como un gran barco, del cual quizá, tomaría camino a las estrellas si se hundiera en el sueño profundo del que creía, ésta vez sí tomaría.

EL paso lento no era lastimero, más bien con tiento, su cuerpo aún sabía responder a cualquier cosa cuando de actividad se trataba. Acompañado de sus dos hijos ya mayores vivía en aquella gran casa sin que nada le faltara, sin que fuera olvidado, sin que se le tomara como a un anciano decrépito falto de vida. Pero eran los años los que le develaban su incapacidad de poder jugar pero sí de mucho platicar. Todo lo tenía en orden y gozaba mucho de contar historias como ésa, la que tantos le han escuchado, pocos le han creído y él ha vivido...
En una tarde bien soleada de verano el clima era propicio para salir como solía hacerlo, pasear, mirar a los chiquillos, regresarles la pelota si llegaba a sus pies, recordar viejas aventuras que compartía con sus amigos ahora también sentados ahí en la banca de reuniones añejas; nunca dejaba de mirar el cielo y las nubes y los pájaros que cantaban en el árbol que procuraba una sombra exquisita.

Una joven de mirada triste, al cabo de esos días coincidía también en la visita de aquel jardín, sentada a dos bancas del anciano lucía cada día más triste, más delgada, más pálida. Observador el anciano sabía que tenía una pena, que ahí se guardaba dolor y que su corazón no intentaba salir de ahí.
Tras varios días así osó cercarse a la banca y le ofreció una galleta que solía desbaratar para las palomas acompañantes, así nomás, sin charlar siquiera. Ella en su abstracción brincó de súbito al sentir la mirada fuerte frente a ella, no sonrió pero le aceptó su galleta, simbolizando un saludo entre los dos. Más atrevido el anciano se posó en su misma banca sin preguntar siquiera, sin mirarla ya, de tiempo en tiempo silbaba quedito o saludaba a los paseantes. Y ella por instantes dejaba el autismo perdido para crear duda sobre la posición de aquel viejo que denotaba cero importancia sobre ella y cierta importancia de compañía.
Dada la hora del ocaso el anciano fué el primero en retirarse y desear una buena noche a la chica quien le vió alejarse curvo y paciente generando tibieza en su alma...


El anciano mañana termina de contar su historia...

7 comentarios:

Anónimo dijo...

A, ya me gusto la historia, ni modo la terminare mañana. Suena muy dulce.

Anónimo dijo...

Uno más que se suma a la espera del final (...) impacientemente.

Aprovecho para dejarte un amistoso abrazo querida Dra.

AndreaLP dijo...

Yo quiero una vejez así, plena.

Saludos y como siempre, me deja usted con un excelente sabor de boca.

China Rockers dijo...

mmm me quede picada con la historia...



saludos!!!

EL ATEO dijo...

Te reitero mi gusto por tu blog. Dra...

Anónimo dijo...

Ayyy linda!! Tienes de tarea hacer una plana de R E V A N C H A.

Ya deja un rato al Enigma!! Te lo vas acabar!! Y mejor has tu plana ok!

Anónimo dijo...

Ayyy Linda!! Tienes toda la razón con eso de la gente tóxica, ya me estas pegando la la mala ortografia, uuuuuchala!!! uchalaaa!!

Fe de erratas: HAZ tus planas mamá pulpaaa!!