Como todo Héroe Nacional...

Tenía ya varios meses diseñando chambritas y pequeños pantaloncitos, todos sacados de vestidos usados o fondos que no servían más, no importaba el color en que se diseñaran, pero cubrirían un cuerpecito que muy pronto estrenaría cualquiera de esos trapitos coquetos.
Los zapatitos serían bordados con todo el amor del mundo, esperando que dieran calor a los piecesitos que usarían el modelo de un revés y un derecho...
No había cuna, no había cuarto especial rosa o azul con móbiles prediseñados, sólo una cama matrimonial dispuesta para tres... Jamás existieron juguetes especiales, pero las borlitas de tela entretendrían a cualquier ojo curioso que está dispuesto a explorar un algo por primera vez.
Sé que no habría una alegría adulta de abuelos que lo recibieran con los brazos abiertos, sé que cuando llegara recibiría su primera caricia en quirófano, al ser limpiado su suave cuerpecito por una enfermera callada que actuaría en automático por el pleno trabajo. Sé que también sería puesto aquel indefenso ser en el pecho de su madre, escuchando la nueva palabra improvisada de su parte: -Fue niña!! Ahhh yo quería un niño!.
Así comenzaba el inicio de sus pasos por la vida, recibiendo por vez primera lo más preciado que se ofrece incondicionalmente a un hijo: la bienvenida contenida en un infinito beso maternal.
Supe también que tras el noviciado, sólo tomaría media onza de leche y una rebanada de jamón hecha trocitos. Que su madre no comía nada hasta que la bebé pudiera saciar su hambre inquieta y le tocara casi la misma ración de cena a ambas. Sufrir al dejarla envuelta en telas para que reposara y durmiera la siesta; ir trabajar a Samborn´s cuando todos durmiesen dejando estafeta al padre, quien cansado de recorrer calles de día en busca de un buen trabajo, velara por las noches por ella y dejara un tierno amor de vigía. Lo que le deparaba a esa madre eran aventuras interminables de emociones, acciones y pensamientos:
Sorprenderse por la primera palabra que la criatura dijera, aplaudir los primeros pasos, exigirle respeto a sus primeros maestros y que ellos le respetaran también, hacer las tareas juntas, aplaudir llorando cuando la peque le dirige una pequeñísima poesía de miradas y amor y sentir y compartir las tristezas y alegrías que le llevan por la vida.
Esa hija recibiría con todo el sacrificio una enseñanza digna, castigos y clases de ballet. Preocupaciones e insomnio en hospitales y un beso. Ella sería el reflejo de la pequeña artista que no pudo ser, la formadora de una arcilla moldeable con ensueños, estrellas y cielo. Nadie como ella para enseñarle a cantar y organizar su vida, nadie tan puro en amor que sacrificara su alma, su cuerpo y hasta sus lágrimas por ver que el producto de su vientre esté bien.
Gracias por compartir tus alegrías, por enseñar a éste ser a ser alguien útil en la vida y demostrar que el amor que tu vertiste en ella aún late tan vigente como la primera vez que tu la llamaste Hija. FELICIDADES MATITA!!!