
Luisa era de la misma edad de Karla, aunque más vivaz no dejaba pasar nada que fuera a quedar en el aire, de cabello negro rizado daba más el aspecto de la chica caribeña desenfadada que al lado de Karla, rubia, delgada, más reservada y sin sabor siempre se quedaba un paso atrás por no importunar. Luisa no era callada, nada se guardaba, de ojos picarescos entendà el porqué, de cierto modo, Karla estaba a su lado.
Ella fue la que me hizo reÃr al sorber mi café aquella mañana:
- ¡No sabÃa que nos escucharÃas coger como gatos en la madrugada! Karla dijo que volverÃas hoy por la tarde -Lo dijo sonriendo como si Karla ya nos hubiera presentado tiempo atrás-.
- Bueno, decidà llegar antes para no despertar tan lejos- respondà mirando los ojos espantados de Karla que no daba crédito a que se sintiera descubierta por sus travesurillas de ¡¡no sé cuantas noches!!.
- Tienes una casa preciosa, mucho mejor que la que mi madre me dejó por herencia – musitaba Luisa al no escuchar hablar nada en Karla, seguÃa muda tratando de esquivar el abrazo de Luisa.
- Gracias- respondÃ, -siempre me ha gustado mucho la vista a la ciudad. Tomé una de las galletas que ellas tenÃan en el plato y me di la vuelta -las veo luego chicas, cuidado con mis cosas- salà de la cocina y me dirigà al estudio a mirar televisión sin siquiera pensar.
Ellas volvieron a la habitación. No les volvà a ver durante todo el dÃa.
Las llamadas de Jorge en muchas ocasiones no coincidÃan con las llamadas de Karla, ahora lucÃa menos Palomita que yo cuando llegaba de puntitas en la madrugada, al no encontrarla, en muchas de sus tantas llamadas, Jorge, con la esperanza de que si tardábamos en la charla ella llegarÃa, comenzamos en pláticas de cinco minutos haciéndolas cada vez más largas. Me contaba de su vida, de sus viajes, le contaba yo de mi gusto por el arte, por los paisajes.
De cierta forma cambió mucho la perspectiva de aquella primera impresión que tuve de él, aunque me manejaba con ciertas reservas.
De ninguna manera iba yo a cubrir a Karla con toda la fiesta que hacÃa dÃa tras dÃa con su querida Luisa, sin embargo tampoco era yo la indicada para desenmascararla y como ella corrÃa con suerte simplemente dejé que las cosas continuaran aunque, de cierto modo, me sorprendÃa y me intrigaba más su preferencia por Luisa y no por Jorge.
Es viernes.
Karla argumentó un viaje con sus amigas a la playa, yo sabÃa perfectamente que ese fin de semana llegarÃa Jorge a visitarla. Su idea era que los tres saliéramos a comer a algún restaurante Italiano y aprovechar asà el pago del alquiler que lo tenÃa ya dos meses atrasado. Teóricamente Karla estarÃa un poco más de tres meses en mi casa, al tiempo que él dejara un poco menos de estar viajando para rentar un departamento para los dos. Hasta donde Karla me daba a entender preferÃa que no mencionara yo el nombre de Jorge cuando Luisa estuviera presente.
¡Vaya secretos que contenÃa Karla!.
Jorge llegó al departamento, hablando al celular con ella. Se mostraba molesto, confundido, extrañado de casi no verla y de ya no atender mucho sus llamadas. Yo temÃa que fuera confesada por él por saber el motivo de su ausencia. Y si se daba bueno...no era mi culpa.
A casos difÃciles e imposibles tuvo que modular su carácter de empresario, le hizo dar una nueva perspectiva de su visita, irÃamos pues, sólo ambos a comer tras la deuda pagada y adelantada de unos meses más de pensión. Ya me caÃa mejor.
La comida comenzó muy al estilo de negocios, bastó que le contara algunas cosas que Karla hizo en un desayuno donde quemó por completo el sartén, no se lo iba a cobrar mas se espantó cuando creyó mi casa incendiada. Aquello se volvió menos tenso, tras la comida hubo un aperitivo, las horas pasaron y eso se convirtió en velada...
...hubo plática de todo, de la vida, de soledades, de amorÃos y aventuras, El al igual que yo, sabÃa de la vida y del cómo habÃa de gozarla en casos desesperados... no sé si fue El o fue el vino o fueron esos sonidos románticos del restaurante que me hicieron reparar en su cabello rizado con leves tonos de canas a los costados, lo fino de su nariz, esa voz que por teléfono la tuve tantas veces en mi oÃdo preguntando por alguien más ahora preguntaba por mi y mi vida. Supe que era mucho más grande que Karla, mucho más grande que yo. Su plática era envolvente y en un momento de miradas calladas...
¡¡ Sucedió!!
Un silencio, un brindis, unas velas y el beso en nuestras bocas...
No tuve el valor de rechazarlo, lo carnoso de sus labios me invitaba a seguir con más, me siguió con su beso hasta donde no pude rechazarlo.
Pagamos la cuenta.
Estábamos demasiado deseosos de nosotros y no hubo más lugar que mi departamento.
Karla y su recámara vacÃa, la playa invitaba a mucho más y ¿la mÃa? También.
Fue una explosión repentina, él no dejaba de repetir que no sabÃa cómo se daba pero en el instante le atraÃa toda yo, todo mi cuerpo, todo mi sexo.
Y la aventura comenzó, navegué por sus mares como él devoró mis aguas, recorriendo su pecho varonil en el que me enredé más de mil ocasiones al sentirme cerca, muy cerca de él dejándose besar a cada paso de mi orgasmo como la enredadera que tiene presa a su pared.
No sé cómo Karla lo cambió o en qué momento su gusto se desvirtuó, pero yo no dejaba de asombrarme por lo mujer que me hacÃa sentir y del cómo su experiencia me provocó un deseo mucho mayor al que yo le hubiera tenido cuando le conocÃ.
Dos desconocidos cabalgando, andando por el camino otra vez, como si ambos estuviéramos diseñados en cuerpo, en formas y en movimientos uno para el otro.
El simplemente me pidió no cesar, no dejar espacios vacÃos entre nosotros simplemente para acompañarnos en el sueño que tantas veces probé alcoholizada y que hoy preferÃa dejar probar a todos mis sentidos.
Su voz, su abrazo, su tacto quedaron prendados en mà como pude ver que él ansiaba un cacho más de mÃ...
La noche transcurrió como pocas en mi vida y en su vida, como muchas que deseaba tener aún...