14 septiembre 2006

Un pañuelo rosa

La mañana estaba sombría, aunque los pajarillos cantaban y se apresuraban a recoger semillas en aquel jardín. La noche había sido demasiado húmeda y no había habido oportunidad de juntar semillas para comer. Hoy urgía de menos aplacar el hambre y la necesidad de sobrevivir.
Eso le sucedía a los pajarillos urbanos mientras el anciano permanecía quieto en aquella banca.
Con un pañuelo rosa en su mano izquierda miraba sin prisa el piso y lo que la mirada le llevara del piso al transeúnte.
Yo diría que lloraba, su faz era la del paso del tiempo imponente y sin condescendencia.
Yo diría que pensaba en algo de dolor por las lágrimas que emanaban calladamente de él.
Sin embargo, al tiempo en que miraba a la gente pasar no pedía ayuda, ni limosna, ni daba oportunidad a que se le mirara inválido.
Yacía ahí quieto sin inmutarse a las insolencias del clima.
Parecía que sus labios se movían quedamente diciendo plegarias, parecía que la voz no le salía de su cuello lleno de arrugas, parecía que el tiempo lo había congelado ahí.
Y no.
No era lo que parecía que yo creía.
Ya era viudo, ya había vivido. Ya había criado hijos y los hijos ahora lo cuidaban a él.
Ya había tenido trabajo honesto, duro y satisfactorio que le dejó grandes experiencias y muchos recuerdos.
Ya había vivido los años que tenía que vivir en productividad y en actividad.
Una sola vez al año el iba a esa banca, llevando el mismo pañuelito rosa en su mano izquierda.
Una sola vez al año recordaba la ocasión en que su mujer, su siempre pareja hasta que murió, fue la que lo citó ahí cuando novios, cuando la ilusión, cuando un beso era algo atrevido de robar.
Ahí ella fue la que le dió ese pañuelo diciendo las muchas lágrimas que derramó por él en soledad. Diciendo lo mucho que desearía vivir con él y esperando que él deseara por lo menos tenerla de buena amiga.
El tiempo lo enamoró a él de ella y fue así como fueron gran familia.
En memoria de sus lágrimas derramadas ahora lo hace él recordando aquel feliz día. Y deja sus dolores de extrañarla en el mismo pañuelo.
Anhela que la vida pase, que se acabe su tiempo, que vuelva a verla en su mente a ella.
Mientras tanto, mientras pasa el honor de ese día, sigue mirando las avecillas comer, sigue viendo cómo el piso que anoche quedó mojado, se va consumiendo poco a poco con los pasos de la gente, con el ruido, con la calle, con lo que el día a día hace que sea uno, un anciano el que yo vea sentando en la banca de aquel parque.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Linda historia, recordar los buenos tiempos siempre nos deja una sonrisa pintada.....
Ten un buen día.

Angeek dijo...

Este texto me recuerda una vieja pelícua de Manolo Summers, "Del rosa al amarillo", dos historias de amor en paralelo, adolescencia y vejez. Los ancianos en el asilo, intercambiando cartas de amor.
¡Saludos!

Anónimo dijo...

Lo que puede la añoranza y es también prueba de otra virtud, la paciencia porque si ella no le hubiera dicho nada, la historia sería diferente.

Un abrazo