
Era raro y encabronadamente emocionante que ése hombre tuviera una cita. Nadie llegaba a dimensionar lo grande que resultaba para él.
TÃmido y poco social en su trabajo lo tildaban de tonto y pendejo, pues jamás se oponÃa a un mandato y hasta la hora que todo acabase él daba por hecho que podÃa retirarse.
Casi nadie, por excepción de los saludos obligatorios, daba una extensión de más al dirigirse a él. Las chicas de la oficina le miraban hasta con cierto miedo, pues desconocÃan una sonrisa y siquiera algo que dijera que era feo pero entretenido.
Ni él mismo hacÃa el más mÃnimo detalle por ganarse a nadie. Aunque jodido estaba al trabajar de más. Sólo su estúpido Jefe le aplaudÃa su labor.
Era cuestión de cumplir los pinches estatutos y ser responsable. Jamás se percibÃa al salir o entrar del edificio. Pocos le miraban con desprecio, amistad o mera indiferencia.
El simplemente lo gozaba para que, al llegar a casa, su cara se transformara en una sarta de expresiones cuando encendÃa su PC.
AhÃ, en la sala de chat de sexo, él podÃa evocar cualquier sucia fantasÃa, de manera tal que nadie lo tildaba de perverso, feo o libidinoso.
Tras pocos intentos logró conocer a una mujer virtualmente, poco tiempo atrás.
La webcam la mostraba toda. Con unos grandes senos caÃdos.
Sus formas eran grotescas, sus escritos vulgares y poca distancia habÃa entre una puta y ella. (¡A lo más que la puta no supiera escribir en computadora!).
Se decÃa nombrar Devora-Dora.
El mote lo tenÃa ganado al succionar de tal forma que nadie llegaba a negarle nada que pudiese querer ella de forma demandante. Y con miles de kilos de más simplemente lograba que el corsé y negligé se deformaran ante las gordas lonjas que sobresalÃan a ella.
Gustosa aceptó la propuesta de verle, aún a sabiendas de verle el fÃsico.
Ambos tenÃan la gana de lamerse, cogerse, hacerse de lo que nadie más puede imaginar tras la promesa sutil de que todo quedarÃa únicamente entre ellos...y gratis.
¡Qué garantÃa es la que en la red todo se encuentra!...hasta los maldecidos indeseados ahà mismo se ven y se conocen.
El bar, uno de tantos de los barrios bajos fue la elección de ambos que, sabedores de no ser reconocidos, bien podrÃan hacer las cosas a sus anchas.
Ahà estaba ella desde hacÃa rato, ebria y mal planchada. Asomando las piernas de cerdo entre la poca falda que luchaba por encimarse en su ancho vientre. Platicaba al cantinero las emocionantes aventuras de haberse largado alguna vez a Laredo con un amante trailero.
El se presentó sin ningún temor, el temple era diferente, seguro, dedicado, complaciente.
La música formó parte de su ambiente, tras varias copas y muchas pláticas eróticas lograron calentarse, a caricias, con poco disimulo, lograron ser el espectáculo de aquel lugar.
Para los voyeuristas, los amantes, los ebrios y alguno que otro que jamás habÃa visto a una obesa desnudarse, ahà la tenÃan. Prestos a presenciar el acto.
Ella comenzó y el la besó.
Dejó caer el gran sostén de brillos y chaquiras sobre una mesa. No hubo preludio, todo fue al grano. Las carnes se asomaron.
La mujer de forma salvaje y hambrienta fue penetrada. Varias veces vejada.
El entraba y salÃa de ella como se le antojaba...
Y
Un grito estremecedor salió de ese hombre pidiendo salir, poniéndo sus ojos en forma desorbitada...clamando piedad.
Gritaba auxilio penetrando la vagina de aquella mujer.
Todos creÃan que era parte del show excitante de ambos. La gorda reÃa, carcajeaba, estaba en el clÃmax total...
El salón calló. La música paró. Hasta el mismo cantinero conocedor de historias quedó estupefacto por lo que esa noche presenció.
Exhausto y desmayado cayó el tipo aquel. Desmembrado, desangrado...
¡Aquella se lo habÃa tragado!
Y al mismo tiempo su hambre se habÃa saciado.
Se levantó, sólo con su bolsa, salió y silbante ni la cuenta pagó.
Los ojos de todos yacÃan en el agonizante. Su carne habÃa sido llevada por quien en ése momento arrancaba un auto afuera de ése silencio espectral.
Ella era La Devora-Dora.