12 diciembre 2005

Manolito III

Dos meses habían pasado, Diciembre y las cosas navideñas habían llegado, de formas sencillas el colegio parecía alegre con luces de colores y símbolos fraternales. Manolito intentaba hacer con algodón un muñeco de nieve que pegó en la cabecera de su cama aquella vez que en clase hablaron de La Nieve.
Muy temprano estaba ya bien peinado y arreglado con la Señora Directora del Orfanato. Ella le había citado y no notaba nada de nerviosismo, al contrario, se pudiera decir que Manolito tenía más curiosidad que nervio, quizá le iban a reprender por haber puesto una mosca en la leche de la niña que siempre le saca la lengua.

Al cabo de dos minutos entró una pareja bien arreglada, ella de sonrisa nerviosa y con mucho tiento, buscando de manera inmediata la mirada del niño aquel que estaba sentado sin saber lo que pasaba a ciencia cierta. El de formas muy caballerosas lo primero que hizo fué saludar a la Sra. Directora, con sombrero en mano hizo el cambio para saludar a Manolito, quien daba la mano de manera sorprendida.
- Se saluda con la otra mano Manolo- se excusaba la Directora
- ¡oh , no se disculpe! es normal en un pequeño como él. Yo cuando era chico me costaba mucho recordar con cual se saludaba a la bandera...
- Hola Manolo, mi nombre es Luisa y él se llama Ernesto.
- Buenos días señores- contestaba Manolito, aún sin saber de lo que se trataba en realidad todo aquel centro de ceremonias.
- Bueno Manolo, te estarás preguntando qué es lo que pasa ahora mismo con éstos señores que vinieron de muy lejos para saber de ti. Como te lo había mencionado el mes pasado, debido al buen manejo de tus calificaciones y comportamiento éstos señores desean conocerte un poco más... digamos que están pensando en llevarte a vivir a su casa. Es decir, ellos quieren tener un hijo qué cuidar y como tu sabes nosotros en éste lugar podermos darte cosas posibles aunque no todo lo que ellos pudieran proporcionarte... ¿estás de acuerdo?.

Manolito no sabía qué pensar, de manera inmediata le regresaron las imágenes de cuando vivió a merced de sus antiguos padres, ¿qué sería de sus amigos?, ¡ya no podría estar en las clases de la maestra "flaquita" porque se lo llevarían muy lejos!, todo, todo en su mente le venía por montones de imágenes y de sentimientos encontrados... Los señores Stevenson no le veían en su cara entusiasmo alguno, sólo intercambiaban miradas furtivas, como tratando de saber lo que pensaba el pequeño justo ahí.

Ya en clases casi todos los chicos del salón le comentaban muchas cosas, como si fuese algo bueno el que todos supieran que había sido elegido para partir de ése lugar para siempre. La noticia fue bien aceptada por sus maestros aunque Pablito y Mario le echarían de menos. Hasta que esa noche pudo diluír todo cuanto en el día había sucedido pudo entender que su vida le cambiaría por completo.
El día estaba fijado, los documentos y trámites necesarios se habían estado tramitando a lo largo de esos meses anteriores, ahora era cuestión de llegar al día para la partida y una triste despedida:
La maestra "flaquita" le obsequió un dibujo en donde había un muñeco de nieve hecho de algodón, mejor hecho que el que Manolito había intentado hacer en aquella clase.
- Es para que siempre nos recuerdes. El día que conozcas a un muñeco de nieve de verdad te aseguro que se parecerá a éste que te llevas en el dibujo. Y le abrazó y le besó con gran cariño, tanto que Manolito supo por primera vez lo que era un besito tierno y cariñoso.
- Manolito- Dijo Pablito, quiero que te lleves mi libro de historietas, es para que le cuentes a tus nuevos papás todo lo que platicamos, y para que te acuerdes de mi. Mario no dejaba de llorar, sabía que su buen amigo nunca más lo iba a defender de los niños grandes. Su amistad era incondicional y sabía que no lo volvería a ver nunca más. Lo abrazó de tal forma que lo echó para atrás, no dejaba de decirle que le quería mucho y que esperaba que nunca, nunca se olvidara de sus mejores amigos que tuvo ahí, en el orfanato.

Y Manolito partió...
Lo llevaron a un lugar en donde había aviones de verdad. El emprendería un viaje muy largo al norte de América. Viviría en un lugar donde el idioma y el clima son totalmente diferentes. Nunca atinó a saber lo que era Canadá y para cuando llegó simplemente quedó boquiabierto. Todo estaba completamente de blanco. ¡Blanco!, ¡blanco y más blanco!... sus ojitos no le podían dar credibilidad a lo que estaba sucediendo!!...
Por fin había conocido La Nieve. Pero éso no era todo, había luces, música, árboles enormes con luces de todos colores. Santa Claus parecía haberse duplicado por muchos lugares porque veía uno y luego otro y caminado estaba otro, ¡todos igualitos!.
Su nueva mamá y su papá ya le aguardaban al final del pasillo. Tenían los brazos llenos de regalos.
Y ahí, justo ahí, supo que su vida había cambiado, que su deseo por conocer lo que más ansiaba, aquellos señores se lo habían concedido. Se prometió a sí mismo ser un buen chico y se persignó como en el colegio le habían enseñando. Pidió que todo saliera bien y que por fin pudiera tener amor alrededor suyo.
Corrió a abrazarlos y sonrió cuando el señor lo cargó. Ahí, recargado en la espalda miró a un muñeco de nieve. Hubiese jurado que le cerraba el ojo, hubiese jurado que era el mismo de las historias de Pablito. Sonrió y decidió que su futuro jamás volvería a estar solo y sin amor.

Esa Navidad fué una de las más felices que el chico pasó.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay nada más triste que el estar solo y sin amor te lo digo por experiencia.
Un besito

Lety Ricardez dijo...

Hermosa historia doctora, y bello final también, hoy no quería un final triste y que bueno que no llegó.
Nuestros amigos deben haber iniciado sus vacaciones ¿no cree?
Que Dios la bendiga y le de felicidad