27 marzo 2006

Doña Carmelita

Era siempre la primera en levantarse de aquella unidad habitacional. Con calma, arrastraba las pantunflas con cabellos despeinados; siempre daba el toque de la mañana con ése oloroso café.
Los vecinos sabían qué tan tarde podía ser porque la señora Carmelita era de costumbres. De la cama a la cocina, preparando el café matutino, destapaba las quince jaulas de pájaros que tenía ahí mismo. Los primeros en despertar eran los periquitos australianos, que al ruido del agua, eran los más escandalosos del lugar.
El radio lo ponía siempre en volumen bajo, para que no se sintieran agredidos los que vivían alrededor de ella.
Después, los quehaceres del hogar y por último dedicaba, en una mecedora, su tejido y leve música, tiempo para oír y estar acompañada de canarios, jilgueros, gorriones y primaveras.
A lo largo de su vida supo entender a las aves, cuando ya era momento de crianza, cuando era tiempo de guardarlos, incluso, algunas veces se atrevió a curarlos de alguna extraña erupción en sus picos y patas a sabiendas que ella podía contagiarse también.
Daba alegría esa última casa por el ruido que siempre generaban.
Los tantos críos que nacían no los vendía, los regalaba a quienes de verdad deseaban cuidarlos, y ya en el mercado le conocían como la mejor compradora de alpistes, lechugas, moscos, plátanos y semillas.
Una vez, un vendedor de la sierra le ofreció un extraño pájaro. No era colorido, ni tampoco de gran tamaño. Lo único diferente era el pico, que parecía pintado de color azul. El señor decía que cantaba únicamente en lugares donde se sintiera cómodo y, que si no cantaba la primera vez, jamás lo haría en el lugar que estuviera, así que como no cantó con él, mejor lo vendía.
La Doña sabía que ya eran en demasía las aves que su tiempo compartía, pero uno más creía que no iba a afectar su vida. Habría un canto diferente si ella descubría que su casa era cómoda para el ave extraña.
Y el señor de la sierra lo vendió.
Llegó a casa, preparó una de tantas jaulas vacías, de tamaño regular, colorida, eso sí. Agua, comida, vainas y listo. Soltaría en el interior de la jaula a ése pájaro de pico azul.

- vamos, no tengas miedo, aquí todos son felices. Te sentirás a gusto entre tanto amiguito. Hay comida y buen descanso para que nadie te moleste si sientes frío.
El pájaro salió, al principio un poco espantado, más después brincaba y agitaba sus alas, como queriendo acomodar su plumaje revuelto por la bolsa en donde venía metido. Miró a todos lados, escuchó a los demás cantar y se posó en el palito a silbar muy, muy quedito.
Doña Carmelita, que por las tardes tejía y le hablaba a tanta jaula, no tuvo otra opción más que acercar mucho la jaula del pájaro. Cantaba, sí, pero con un volúmen tremendamente bajo.
Imaginaba que no estaba del todo a gusto, o quizá era timidez...
Los días pasaron y Doña Carmelita cada vez hablaba menos y silbaba más a sus aves. Procuraba que el mandado lo hiciera un pequeño chico que, por unas monedas, traía todas las cosas del mercado.
En la casa la algarabía de las aves era plena pero Doña Carmelita ya no prendía el televisor. Dejó de usar lentes e hizo una cita con el Doctor. Esa comezón en la espalda le estaba matando día a día.
Los días pasaron y el ave de pico azul cantaba gradualmente. Solamente si Carmelita se posaba en su silla a escucharlo él se animaba a silbar. Más ya era imposible para ella poder recargar la espalda en la cama o en la mecedora.
El día que regresó del doctor, tuvo miedo, mucho trabajo le costaba mirar su espalda por el espejo del ropero.
Manchas blancas y redondas...pero sin dolor.
El ave cantaba cada día más fuertecito. Y Doña Carmelita caminaba extraño. Se sacudía y salían plumas por doquier.
Una mañana simplemente no salió. Estaba ahí, parada en la ventana. Mirando hacia afuera. Cantaba como el ave de pico azul. Hablaba y lo único que le salía eran silbidos de ave. Su espalda se llenó de plumas y en sus hombros salían las alas largas que de una semana hacia atrás no pudo cortarse más.
Ahora ella viviría en su propia jaula. Con amigos que le podrían entender.
Desde entonces, esa casa sería la libertad pequeña de las aves y la pequeña libertad de Doña Carmelita.
El ave de pico azul tras un buen tiempo, simplemente abrió la puerta y se marchó.

17 comentarios:

Soñadora Insomne dijo...

Interesante relato. Me dejaste pensando en "La Metamorfosis".

Anónimo dijo...

Uno de mis amores mas duraderos es mi perico. Tiene 2i años de edad y ha estado cantando y picotéandome cuando puede en las buenas y en las malas.

Anónimo dijo...

scarry, scarry.

Como dice Soñadora, hacer recordar un poco a Kafka.

Muy buen relato.

Salu2

Cocodrilísimo dijo...

Saludos Seño.

Enigma dijo...

... pero aun con todo, todos tenemos un destino al que no podemos escapar.

Un beso Dra.

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

Anónimo dijo...

muy bueno

Anónimo dijo...

La metamorfosis pero sin la angustia de Gregorio Samsa por ser diferente. mas bien el goce de la libertad

Cinéfilobo dijo...

***
Mmmm, che pajaro malagradecido.

The_Saint_Mty dijo...

Saludos metamorfósicos...

Kix dijo...

Igual a mí me remontó a Metamorfosis, pero este relato es mucho más bello.

Anónimo dijo...

Doctora, el relato parece costumbrista y oh sorpresa! Da miedo!

Si recuerda a Kafka, pero me parece que más a Lovecraft.

Excelente inicio de semana

Freddy dijo...

me fascinó la historia corazón.....ya sabes que te deseo lo mejor para esta semana laboral...no olvides los esquites picositos y sigue buscando historias en el metro...besos

Dra. Kleine dijo...

Es cierto!
Me han recordado a Kafka... pero nuuuu, ese señor era muy sufrido. Mejor así de light. No? jeje

Aletz... prometo andar en el metro hoy para una buena historia. Ya la miraré venir.

Anónimo dijo...

Ay que bonita historia, el gran poder que tiene el amor, y no solamente sobre una persona, si no sobr cualquier ser vivo.

Saludos

RAYDIGON dijo...

Que bonito, que bonito !!!!

Besos G.

Csar A. dijo...

Lindo relato... por momentos doña Carmelita me trajo la imagen de mi abuela, de la vieja casa donde crecí, en medio de los cantos de un sinnúmero de aves hermosas... ah, gratos recuerdos...

Lety Ricardez dijo...

Hermoso relato,hermoso de verdad, quien fuera doña Carmelita, yo también quisiera un día ser ave y volar