Era siempre la primera en levantarse de aquella unidad habitacional. Con calma, arrastraba las pantunflas con cabellos despeinados; siempre daba el toque de la mañana con ése oloroso café.
Los vecinos sabÃan qué tan tarde podÃa ser porque la señora Carmelita era de costumbres. De la cama a la cocina, preparando el café matutino, destapaba las quince jaulas de pájaros que tenÃa ahà mismo. Los primeros en despertar eran los periquitos australianos, que al ruido del agua, eran los más escandalosos del lugar.
El radio lo ponÃa siempre en volumen bajo, para que no se sintieran agredidos los que vivÃan alrededor de ella.
Después, los quehaceres del hogar y por último dedicaba, en una mecedora, su tejido y leve música, tiempo para oÃr y estar acompañada de canarios, jilgueros, gorriones y primaveras.
A lo largo de su vida supo entender a las aves, cuando ya era momento de crianza, cuando era tiempo de guardarlos, incluso, algunas veces se atrevió a curarlos de alguna extraña erupción en sus picos y patas a sabiendas que ella podÃa contagiarse también.
Daba alegrÃa esa última casa por el ruido que siempre generaban.
Los tantos crÃos que nacÃan no los vendÃa, los regalaba a quienes de verdad deseaban cuidarlos, y ya en el mercado le conocÃan como la mejor compradora de alpistes, lechugas, moscos, plátanos y semillas.
Una vez, un vendedor de la sierra le ofreció un extraño pájaro. No era colorido, ni tampoco de gran tamaño. Lo único diferente era el pico, que parecÃa pintado de color azul. El señor decÃa que cantaba únicamente en lugares donde se sintiera cómodo y, que si no cantaba la primera vez, jamás lo harÃa en el lugar que estuviera, asà que como no cantó con él, mejor lo vendÃa.
La Doña sabÃa que ya eran en demasÃa las aves que su tiempo compartÃa, pero uno más creÃa que no iba a afectar su vida. HabrÃa un canto diferente si ella descubrÃa que su casa era cómoda para el ave extraña.
Y el señor de la sierra lo vendió.
Llegó a casa, preparó una de tantas jaulas vacÃas, de tamaño regular, colorida, eso sÃ. Agua, comida, vainas y listo. SoltarÃa en el interior de la jaula a ése pájaro de pico azul.
- vamos, no tengas miedo, aquà todos son felices. Te sentirás a gusto entre tanto amiguito. Hay comida y buen descanso para que nadie te moleste si sientes frÃo.
El pájaro salió, al principio un poco espantado, más después brincaba y agitaba sus alas, como queriendo acomodar su plumaje revuelto por la bolsa en donde venÃa metido. Miró a todos lados, escuchó a los demás cantar y se posó en el palito a silbar muy, muy quedito.
Doña Carmelita, que por las tardes tejÃa y le hablaba a tanta jaula, no tuvo otra opción más que acercar mucho la jaula del pájaro. Cantaba, sÃ, pero con un volúmen tremendamente bajo.
Imaginaba que no estaba del todo a gusto, o quizá era timidez...
Los dÃas pasaron y Doña Carmelita cada vez hablaba menos y silbaba más a sus aves. Procuraba que el mandado lo hiciera un pequeño chico que, por unas monedas, traÃa todas las cosas del mercado.
En la casa la algarabÃa de las aves era plena pero Doña Carmelita ya no prendÃa el televisor. Dejó de usar lentes e hizo una cita con el Doctor. Esa comezón en la espalda le estaba matando dÃa a dÃa.
Los dÃas pasaron y el ave de pico azul cantaba gradualmente. Solamente si Carmelita se posaba en su silla a escucharlo él se animaba a silbar. Más ya era imposible para ella poder recargar la espalda en la cama o en la mecedora.
El dÃa que regresó del doctor, tuvo miedo, mucho trabajo le costaba mirar su espalda por el espejo del ropero.
Manchas blancas y redondas...pero sin dolor.
El ave cantaba cada dÃa más fuertecito. Y Doña Carmelita caminaba extraño. Se sacudÃa y salÃan plumas por doquier.
Una mañana simplemente no salió. Estaba ahÃ, parada en la ventana. Mirando hacia afuera. Cantaba como el ave de pico azul. Hablaba y lo único que le salÃa eran silbidos de ave. Su espalda se llenó de plumas y en sus hombros salÃan las alas largas que de una semana hacia atrás no pudo cortarse más.
Ahora ella vivirÃa en su propia jaula. Con amigos que le podrÃan entender.
Desde entonces, esa casa serÃa la libertad pequeña de las aves y la pequeña libertad de Doña Carmelita.
El ave de pico azul tras un buen tiempo, simplemente abrió la puerta y se marchó.
17 comentarios:
Interesante relato. Me dejaste pensando en "La Metamorfosis".
Uno de mis amores mas duraderos es mi perico. Tiene 2i años de edad y ha estado cantando y picotéandome cuando puede en las buenas y en las malas.
scarry, scarry.
Como dice Soñadora, hacer recordar un poco a Kafka.
Muy buen relato.
Salu2
Saludos Seño.
... pero aun con todo, todos tenemos un destino al que no podemos escapar.
Un beso Dra.
El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra
muy bueno
La metamorfosis pero sin la angustia de Gregorio Samsa por ser diferente. mas bien el goce de la libertad
***
Mmmm, che pajaro malagradecido.
Saludos metamorfósicos...
Igual a mà me remontó a Metamorfosis, pero este relato es mucho más bello.
Doctora, el relato parece costumbrista y oh sorpresa! Da miedo!
Si recuerda a Kafka, pero me parece que más a Lovecraft.
Excelente inicio de semana
me fascinó la historia corazón.....ya sabes que te deseo lo mejor para esta semana laboral...no olvides los esquites picositos y sigue buscando historias en el metro...besos
Es cierto!
Me han recordado a Kafka... pero nuuuu, ese señor era muy sufrido. Mejor asà de light. No? jeje
Aletz... prometo andar en el metro hoy para una buena historia. Ya la miraré venir.
Ay que bonita historia, el gran poder que tiene el amor, y no solamente sobre una persona, si no sobr cualquier ser vivo.
Saludos
Que bonito, que bonito !!!!
Besos G.
Lindo relato... por momentos doña Carmelita me trajo la imagen de mi abuela, de la vieja casa donde crecÃ, en medio de los cantos de un sinnúmero de aves hermosas... ah, gratos recuerdos...
Hermoso relato,hermoso de verdad, quien fuera doña Carmelita, yo también quisiera un dÃa ser ave y volar
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