04 enero 2007

A la conquista

No pude conciliar el sueño por más vueltas a la cama que le dí. Ya mis párpados se quejaban de insistirles que se pegaran sin que mostraran mis ojos ante la oscuridad de la habitación. Mi mente daba vueltas. Me imaginaba en gritos, en ansias, en toda una vorágine de sentires. El reloj me marcaba los momentos angustiosos minuto a minuto, momento a momento y pude percibir que era lento el paso. ¡Diablos! ¿Porqué no pasa lo mismo cuando duermo?. Me paré. Tal vez distrayendo un poco la memoria lograba adormilar el cuerpo. Asomado ahí, en la ventana, miraba lo tranquilo que lucía el corredor de la calle. Con muchos autos descansando, con las estrellas brillando y yo sin lograr apartar de mi mente la actitud que debería de tomar frente a mi novia.
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Eso de aparentar que el hombre debe ser fuerte frente a situaciones críticas no creo que ya sea de éstos tiempos. Hay mujeres muy rudas hoy en día. ¡Mi novia es una de ellas! Gasta su adrenalina en cosas que nunca me hubiera atrevido a pensar que existen para calmar nervios... No me hubiera atrevido a conquistarla de saber que su ánimo por las cosas que requieren un porcentaje de emoción rebazaba su nivel de gusto. Tal vez me hubiera gustado llegarle más a la amiga, tranquila y hasta callada. Pero Pedro me ganó en el gusto o yo vi más linda a mi novia que por cierto, pese a lo tremenda que es la adoro y me sigue gustando aunque su gusto por el Bonji no me tenga del todo satisfecho.
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Hay gustos inmensos en los que una pareja puede convivir o ser compartida y hasta parecer que lo que uno ama puede amar la otra persona. Yo lo intenté ¡lo juro!, traté de que ella se adaptara a mi vida tranquila y sin organización en fiestas y amigos y lo hizo de manera precisa y buena. Solo que yo... con lo único que me pedía, era casi imposible corresponderle. Aunque fuera su fantasía más anhelada era inútil que me convenciera de hacerle el amor en paracaídas. Eso no se estila en mi mente... o al menos cuando yo creía que las relaciones eran románticas y pasivas.
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Ya es de madrugada y cabilar no me trae nada de pretextos para cancelar la cita con mi chica. Decir no equivaldría a dejarla para siempre, como un ultimátum a mi perseverancia por su conquista. Acudir a la cita es verle esa sonrisa loca que tiene que me llega hasta el alma. Sólo espero que mi cuerpo resista y que mis ojos puedan dejar de mirar las alturas de la tirolesa hasta una caida en seco de la catarata del Niágara. ¡!Bonitas vacaciones!!

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