29 agosto 2006

El barrio

A pesar de relacionarse con los hombres aún le costaba trabajo sociabilizar ante un grupo de personas. Bien sabía su profesión, sin embargo, era de las que en la intimidad sabe desarrollar las más grandiosas estrategias de conquista, de seducción, de sodomización o de relajamiento, según lo que pidiera el cliente.
Frente a la gente no era más allá que alguien bien vestida, de gustos más notorios y de comentarios cortos, mucho le faltaba para parecer conocedora de la política o gran conversadora de libros y personajes culturales, por ello, siempre prefería mururar alguna melodía y distraerse hacia donde nadie le pudiera incomodar.
Raro en alguien que, como ella, debía saber ganarse las miradas furtivas de otros hombres cuando acompañaba a uno, debía mirar como miran las otras, envidiando su cuerpo y cara, debía ser viborezca y faltal ante la mirada pública... pero no. Sólo adoraba el arte de ser buena acompañante aunque callara casi todo el tiempo.
De todas edades le llamaban para su labor, aunque ciertamente eran los viejos, esos que de canas y calvicie siempre se quejan, los que de manera imperante la mandaban llamar. Tal vez sería su callada voz la que les llamaba la atención o la que preferían para evitar preguntas indeseables antes de enfrentarse a decir alguna verdad de su dinastía o carencia de placer.
Viviendo en un barrio de clase media, sabía que cumplía lo que todo ciudadano, compraba víveres, hacía limpieza, no gastaba en excesos ni llevaba gente a su hogar.
Eso era punto y aparte.
Sólo un joven le veía salir por las tardes, uno que vivía enfrente, se daba cuenta porque siempre estaba él también afuera, sea con amigos o jugando con su pelota pintada en la cancha de basquet ball.
Trataba de adivinar en qué diablos se la pasaba de las tardes a las madrugadas.
Alguna que otra madrugada, en plena fiesta de calle, con amigos y alcohol, él la vería llegar en taxi, ataviada de grandes pieles, o ropas, o pequeñas faldas.
La imaginaba de Azafata, otras de enfermera, tal vez trabajaría de mesera en algún hotel de lujo. Una ejecutiva jamás, pues nunca asomaba la naríz más de madrugada que de las diez de la mañana.
La veía sonriente, tranquila, otras pasada de copas. Pero era en realidad ése chico quien de verdad le seguía los pasos desde que llegaba a su casa.
Cuando se peinaba en la ventana él no la miraba directamente, podía hacer otras cosas en el patio excepto captar su atención.
Ella sabía de él, le causaba curiosidad verlo cuando marchaba a trabajar y regresar de ello. Con un uniforme de esos en los que se despacha la comida rápida.
El barrio no era de pobres pero sí de gente que lucha por trabajar y estudiar al mismo tiempo.
Ambos vivían sus vidas y el día a día.
Ella nunca se atrevería a llamar su atención. Prefería ser amistosa más que melosa.
Todo transcurriría en la más absoluta rutina en el barrio de ellos dos hasta que algo diferente sucedió dentro y fuera de sí...

Continuará...

6 comentarios:

Enigma dijo...

Es parte de la riqueza del mundo, estas ciudades en las que nos aglutinamos nos permiten imaginar cosas que la realidad siempre rebasara...

Saludos y un beso Dra.

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

Anónimo dijo...

Auch !!! pues ni modo tendremos que esperar la continuación.
Saludos.

ALDERGUT dijo...

buen estilo narrativo, interesante... andale... cuenta, cuenta, cuenta... jajaja, salu2

Kix dijo...

OMG!

¿Y qué pasó entonces?

Anónimo dijo...

Esta de weba este blog.

Ahi se ven.

RAYDIGON dijo...

¿Y despues que paso Doc.?

Beso.