10 enero 2007

La Gordis

Era gorda, si, en extremo. Desde chica recibía apodos y risitas burlonas. En su salón siempre la asociaban a una cerdita o dibujaban en el pizarrón círculos redondos con orejas y su nombre. La Gordis le decían. Y no era de menos la risa cuando conocían a su madre, que todos los días puntualmente le recogía a la salida de la escuela invitándola a comer algún antojito de papas o refresco: la mamá estaba en las mismas dimensiones, sólo que a gran escala. Hasta las madres de familia, cercanas a los niños del mismo salón le veían con desagrado, masticando chicle y algunas veces mal vestida. Ni qué decir del marido, buen trabajador, carnicero, vendedor de chicharrón puro que también gozaba del mismo honor.
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Herencia maldita o actitud de familia. Sin ningún respeto por su cuerpo dejaban que las delicias en antojos fueran parte de su modus vivendi haciendo de lado que en su casa sólo dos cabían en un sillón familiar. Que las sillas estuvieran flojas y que los zapatos siempre lucieran aplastados y con la suela gastada hacia un lado.
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Quizá la que resentía la comparación de ella entre todos los demás era la niña, su hermano jamás se inmutaba en ello y más bien volvía agresivas sus actitudes convirtiéndose en un gordito de primaria tenebroso y pillo.
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Tal vez los años, la inocencia y las ganas de ser parte de un grupo la hicieron ser muy simpática. Contaba chistes y sus gestos graciosos la transformaron en un ser que, si bien era grotesco físicamente, su alma era noble y su ángel de su mismo tamaño, con el tiempo y el trato la Gordis le caía bien a todos.
Fue en uno de esos momentos en los que se ganaba la aceptación de su grupo cuando por fin la maestra la eligió para narrar un cuento a todos los padres. La presentación sería original y la actuación de la niña no tendría comparación a los niños acartonados que repiten una y otra vez una oración sin sentido ni ganas. Era astuta para memorizar y si bien jamás se daba uno cuenta que era aprendido parecía contarlo como parte de un día común que dice lo que pasó recordando cosa por cosa con lujo de detalle.
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Sin embargo, pese a que aparentara que en su vida no pasara nervio alguno ella ya tenía pesadillas pensando el gran momento de la actuación, le temía a las burlas y a que se fuera olvidando todo en su cabecita, temblaba un poco al pensar que si su padre estuviera ahí la regañara por no hacer bien su acto... El tiempo pasó y llegó el gran momento.
Palabras de la profesora, actuación de un niño diciendo palabras en inglés, la niña observaba tras las cortinas del salón de actos múltiples. Quería ir al baño.
Saldría la niña de los caireles rubios cantando algo parecido a una canción de cuna y casi todos en el público la mirarían estupefactos, observando sus delicadas formas y carita y más aún la voz que dejaba a los chicos de todos los salones mirándola siempre en recreo casi boquiabiertos... Ya no aguantaba las ganas de ir al baño pero debía estar ahí... quietecita, sin moverse... Pasaría un grupo de chicos haciendo alución a algún héroe y los papás tomarían fotos a sus críos. Era el momento para salir de ahí y escaparse al WC, corriendo con todas sus fuerzas aunque sus carnitas de la panza, de las piernas, de sus brazos se movieran incansablemente para llegar al destino anhelado.
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Mientras el número de los chicos estaría terminando ya algunos padres miraban el reloj, otros emocionados de que sus hijos ya habían pasado y otros más en espectativa de ver qué otra cosa faltaba.
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Comenzó el número y los de la obra de teatro estaban en su lugar... todos... menos la Gordis.
La maestra la buscó pero fue en vano, los niños le gritaban y nadie escuchaba que desde afuera se oía un grito leve que aún estaba en el baño. Nadie la oyó. Fué necesario que algunos la buscaran en su propio salón, quizá presa del pánico escénico que muchos vivían sin embargo nadie atinó a buscarla en el baño.
Fue a los diez minutos cuando decidieron iniciar el acto y fue a los once cuando la niña apareció. Las prisas le hicieron malvestirse de nuevo y la faldita de bailarina se apretaba en las mallas que nadie le ayudó a corregir. Todos, niños y grandes la miraban en el centro del escenario, su mamá sólo atinó a decir que ésa era su pequeñita. La Gordis supo lo que los animales sentían al ser observados tras el cristal del zoológico y aprovechó la ocasión. O era en ese momento su debut o para siempre sería el objeto de burla de sus compañeritos de escuela.
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Narró un chiste con referencia a su vestir y rompieron en carcajadas los padres que por educación se abstuvieron de una sonrisa disimulada. Comenzó a narrar el cuento y sintió que el público era suyo.
Un ardid de niños traviesos se juntaba a su alrededor y actuaba lo que ella comentaba. Los padres la miraban sorprendidos de la cualidad que desempeñaba.
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Al cabo de 10 minutos la obra concluyó y ella con una sonrisa tierna expulsó de su boca un final travieso que todos admiraron y aplaudieron al mismo tiempo. ¡El cuadro final había sido lo mejor de todo el día! - Bravo- clamaron los papás... - Qué simpática- comentaban algunas madres que sus hijas o ellas mismas jamás pudieron llegar a tener la misma estrella.
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La Gordis desde entonces supo ganarse el respeto de sus compañeritos y aunque se le quedara el mote de la que hacía reír pudo sobresalir desde ese tiempo ganándo para si mucho amor y autoestima que pocos ven desde la perspectiva de una pequeña niña gordita.

5 comentarios:

Enigma dijo...

... son esas acciones o detalles que tenemos a nuestro favor, lo que nos hace diferentes y muchas veces, sobresalir o sobrellevar la vida, ¿no?

Un beso Dra

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

Kix dijo...

La verdad es que los niños gorditos sufren mucho, por burlas de los otros niños, porque no se pueden poner ropa que ellos quieren, porque se cansan de inmediato al hacer ejercicio... No sé, yo creo que un adulto es responsable de su propia obesidad, pero un niño es responsabilidad de sus papás. Ahí los papás debieran de meter cierto control.

The_Saint_Mty dijo...

Sin embargo, siguió siendo "gordita"...Saludos!

RAYDIGON dijo...

Los gorditos sufren, pero hay gorditos y gorditas adorables, digo yo...

Beso.

Julián Sorel dijo...

Todo gordito puede dejar de serlo... no es que sea fácil... pero no es incurable...

Un abrazo

Julián